Gustavo Adolfo Bécquer 

Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, más conocido como Bécquer, nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836. Siendo muy joven Gustavo Adolfo Bécquer ya demostró su gusto y su habilidad para la literatura, escribiendo en diversos periódicos de su ciudad natal y de Madrid.

En 1856 se estableció en Soria su tío  Francisco, que tuvo dos domicilios: uno en la calle Zapatería (nº 18) y otro en Plaza de Herradores hoy llamada de Ramón Benito Aceña, esquinera, en la que hay una lápida que lo recuerda. Ambos hermanos -Valeriano y Gustavo- podrían haber visitado Soria ya en 1859 y dormido en esta segunda vivienda que lindaba con la de una prima de la que sería su esposa, la soriana Casta Nicolasa Esteban Navarro, que frecuentaba la casa de su prima cuando viajaba a Soria, además de pasar estancias en Noviercas con su padre, médico, y en cuya consulta madrileña Bécquer la conoció. Casta había nacido en Torrubia de Soria el 10 de Septiembre 1841; su padre Francisco Esteban, era natural de Pozalmuro, y  la madre, Antonia Navarro, nació en Noviercas.

A los 25 años de edad se casa Bécquer con Casta en Madrid el 19 de mayo de 1861. Entre 1861 y1867 esta constatada documentalmente la estancia de Gustavo Adolfo y su hermano en la provincia de Soria (capital, Noviercas y Pozalmuro) en diversas ocasiones, y, lógicamente es de suponer que aprovecharía tales estancias para recorrer otros pueblos de la zona. El 9 de mayo de 1862 nace en Noviercas (Soria) el primer hijo del matrimonio Bécquer: Gregorio Gustavo Adolfo. Durante el verano de 1868 se produce la separación de Gustavo Adolfo y Casta mientras se encuentran en Noviercas, debido a la infidelidad de ésta. Acompañado de Valeriano y de sus respectivos hijos se marchan a Soria, a casa de su tío Francisco, y luego a Madrid. Así que, entre 1859 y 1868, las tierras de Soria fueron lugar de reposo, fuente de inspiración y referencia literaria y pictórica para los hermanos Bécquer. Gustavo Adolfo morirá en Madrid el 22 de diciembre de 1870, tres meses después de fallecer su hermano Valeriano.

En la prosa becqueriana los referentes sorianos los encontramos en varias de sus “Leyendas”, dos de ellas ubicadas en la capital y junto al Duero (“El monte de las Ánimas” y “El rayo de luna”) y otras localizadas en el Campo de Gómara-Almenar y en torno al Moncayo (“La Corza Blanca”, “Los ojos verdes”, “La Promesa”, “El gnomo”). Las dos leyendas becquerianas de la ciudad tienen como marco geográfico la ribera del Duero comprendida entre el monasterio hospitalario de San Juan de Duero y la ermita de San Saturio, con el de San Polo en medio, así como algunas calles y edificios urbanos. La temática templaria de la primera de las leyendas citadas es recreada en Soria con el Festival de las Ánimas durante la Noche de Difuntos, comenzando los festejos en la plazuela y jardines resguardados por las ruinas del ábside del antiguo convento franciscano, conocido como “Rincón de Bécquer”, y terminando junto al “Paseo de San Prudencio” cabe el Duero, donde un personaje famoso recita dicha leyenda. Cerquita del “Rincón de Bécquer”, en el que hay una fuente que le rememora, se encuentra el “Parque Alameda de Cervantes” o “Dehesa” y allí podemos pasear por el corto paseo que, bajando las escaleras desde la fuente mayor  culmina en la fuente del niño, denominado “Paseo de Gustavo Adolfo Bécquer”. Así mismo, Bécquer tiene su propio espacio en la “Casa de los Poetas” sita en el Casino Amistad-Numancia, en plena calle céntrica de “El Collado”.

Estilísticamente Bécquer representa el tono íntimo del romanticismo español, destacando en su temática la creación poética, el amor y la muerte.

 

Gerardo Diego, poeta también en Soria, rememoró la estancia soriana de Bécquer en dos poemas que refundimos de esta manera:

 

“Si yo fuera poeta, verdadero poeta,
os daría en mis cánticos
no a la ciudad heroica, eremita y asceta,
sino a la de los sueños errantes y románticos
de Bécquer, el celeste dueño
de las inaccesibles órbitas del ensueño
Pobre Gustavo Adolfo, héroe de tus leyendas,
enamorado de un rayo de luna verde
-¿mujer, esencia, sueño?-, que te esquiva y se pierde
entre los troncos crédulos, por las cándidas sendas.
Tu Soria pura, Bécquer, contigo en el camino
musical del caballo que te lleva a Veruela.
Si la cabeza vuelves, ves la amarilla muela
del castillo -tan lejos- vespertino.
Tu fantasma hecho forma -mujer de piedra- vela
"en la imponente nave del templo bizantino".
Ya el monte de las Ánimas te sepulta su loma.
Ya ni el castillo emerge del lindero.
¿Por qué cierras los ojos? ¿Ves mejor así el Duero?
Calla. ¿Le oyes? Por huertas de Templarios asoma,
la presa airosa salta, tuerce su cauce huidero;
con voluntad sonora
limita, impulsa, espeja y ríe y llora..”